Cumples años, Abuela. No sé exactamente cuántos, sólo sé que muchos. Buscando aqui y allá -sobre todo en los escritos póstumos de Simone Weil- me encuentro algo que me va contigo. Te lo transcribo y te lo dedico porque se parece a la naturalidad y la sencillez con la que siempre hablas de la muerte. La dirección vertical nos está vedada. Pero, si miramos mucho tiempo el cielo, Dios desciende y nos lleva. Nos lleva fácilmente. Como dice Esquilo, lo divino es sin esfuerzo. Hay en la salvación una facilidad más dificil que todos los esfuerzos. Y al instante, recuerdo esto otro de Jankélévitch: Si la ascésis es, a menudo, una gimnasia en el vacío, el estado de gracia es una disposición feliz de toda el alma. (…) Se buscan salientes a los que agarrarse, apoyos para hacer palanca, pesas que levantar y se despliegan todas las fuerzas en vistas de la tarea imaginaria, cuando bastaría ofrecerse con dulzura a la simplicidad del buen movimiento para reencontrar la feliz y tranquila espontaneidad de la inocencia; pero las almas complicadas y tortuosas sólo piensan en ese movimiento al final… Gracias, Grande Abuela -así con mayúsculas- gracias por enseñarnos con tu ya-larga-vida, a vivir con sencillez y naturalidad, y a no tenerle miedo a nada, ni la muerte. Que estés con nosotros muchos años más. Te necesitamos. Al menos te necesito yo. Mucho ■ ae
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