Desconfío de la moral. Es necesaria, hasta cierto punto. Y desconfío no porque los hombres la practican, sino porque a menudo se detienen en ella. Se paran y se miran en ese espejo de las normas y de las buenas costumbres, empleándola como medio para justificar lo más inmoral de sí mismos: su miserable autosuficiencia egoísta, su imagen de “buena gente”, de personas de orden y de bien, y su acritud a la hora de juzgar a los demás. No soporto la injusticia, la hipocresía de ciertos comportamientos, el hombre que se pregunta atormentado cuántas personas estarán en gracia de Dios en un campo de fútbol, y sufre por ello en su inconsciente histeria sin caer en la cuenta de su estúpida seguridad de elegido. Me duelen mis mentiras, las pasadas y las presentes, y al reconocerlas las quiero cauterizar. Sé, las he vivido, que hay una moral de los impuros y una de los puros. A los impuros el mal les da envidia. A los puros les inspira piedad. Los impuros se abstienen del mal por impotencia, por cobardía, o por la presión de imperativos legales, familiares, sociales…incluso por vergüenza. Los puros evitan el mal porque hay algo superior dentro de ellos que les da paz y alegría. Y los más paradójico es que hay impuros que creen en su pureza: rezan, cumplen los mandamientos, asisten a Misa y comulgan, imparten catequesis … Y hay puros que también. Y hay puros que tampoco. Destilo odio, resentimiento, sorprende verme en “este estado” y estoy hecho una mierda. Soy un mentiroso, un rencoroso, he engañado a mucha gente y no me queda conciencia. No voy a defenderme, entre otras razones, porque a lo mejor es verdad. Y que me lean los puros: al menos inspiraré piedad, que no es lo mismo que dar pena ■ ae
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1 comment:
No es normal pagar una entrada por tu equipo favorito para estar pensando en
"cuántas personas habrá allí en gracia de Dios".
Es la obsesión que el Opus Dei mete en la cabeza a sus borregos que fuimos...De locos.
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