Nos lamentamos por lo que no tenemos, y no caemos en la cuenta que lo que más falta nos hace nos es lo que deseamos, sino lo que ya poseemos. Lo habitual es que usemos mal esa riqueza, que ni siquiera nos demos cuenta, y la peor de las privaciones consiste en ese mal uso. En fin, ¿quién necesita más el pan, el que tiene hambre o el que lo vomita?... ¿quién está más privado de amor: la chica que aguarda todavía a su príncipe azul, o el vicioso que corrompe todo lo que toca?...¿quién está más lejos de Dios: el ateo angustiado por el vacío del cielo y el sinsentido de la vida, o el beato que estruja la fe contra su corazón como si fuera un amuleto?. Nos quejamos de nuestra pobreza, pero tendríamos que pensar en el uso que hacemos de nuestra riqueza, y caeremos en la cuenta que cuanto peor la usamos mayor necesidad sentimos de utilizarla en otras cosas, para utilizarlas aún peor, con la nada como único horizonte. Al fin y al cabo, la persona que es capaz de hacer un uso recto de todo, que agradece y vive la alegría de su riqueza, aunque no tenga nada, tampoco lo echa de menos: sin darse cuenta, quizás, Dios está en su bolsillo. Y aquel que es incapaz de percibir ese brillo divino que se esconde en cada cosa, en cada persona, en la vida, aunque lo posea todo…no tiene nada: puede comprar todas las plantas del mundo, pero ignora lo que significa sembrar , recoger y oler una humilde flor : la mía. Y cuando perdemos esa pequeña riqueza nuestra de cada día, entonces, las canciones son muy tristes ■ ae
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