July 29, 2008

InCerTiDumBre

Probablemente a nadie le pasa desapercibido que el inicio de la adolescencia es cada vez más temprano, y que vivimos en un mundo de niños que se creen grandes y de grandes que se creen niños, según la situación les convenga. La constatación de esta realidad sirve para entender la inmadurez emocional de las audiencias. Y digo ésto porque la insistencia de que Batman sea elevado al nivel de figura mitológica sirve para entender nuestra época: un mundo en el que muchos añoran que el mundo mismo les vuelva a prestar atención. Bruce Wayne, en este sentido, es el mejor representante de ese sentimiento, es el "huérfano perfecto": hijo de millonarios, tiene por tutor a su mayordomo que lo acompaña en ese precario intento de hacer cosas de adulto, en éste caso nada menos que salvar al mundo. Con The Dark Knigth asistimos a una película de límites y marcado carácter obscuro. Como fuerzas imparables y opuestas, el choque entre el bien y del mal es irremediable; y en esa guerra constante, cada una de las partes eleva por turnos su apuesta a límites insospechados. La mafia, Batman, Gordon, Dent, terminan por actuar al borde -o incluso rompiendo- sus propios códigos éticos, ya que Joker es tan salvaje y anárquico que es imposible detenerlo sin caer en excesos de ningún tipo. Durante dos horas y media el libreto nos pone delante de situaciones límite sin cesar una y otra vez. Ciertamente hay roces entre Rachel y Bruce/Harvey, pero carecen de tiempo y espacio para resultar interesantes. El sentido épico de Batman Begins no está presente aquí; por el contrario tenemos una catarata de acertijos que crea Jocker y que son tan apasionantes como mortales. Desde el ultimatum para que Batman revele su identidad, los atentados contra las autoridades de turno, la carrera contra reloj para salvar dos vidas, decenas de situaciones que marcan el paso según los tiempos de Joker que es, sin duda, quien roba la atención. No me atrevería a decir que éste joker es mejor o peor que el de Jack Nicholson. Son distintos porque funcionan en frecuencias distintas. Este es un ser humano demente y peligroso, un sádico enfermo y a la vez inteligente capaz de planear meticulosamente cómo lograr la anarquía y que en cada carcajada esconde un alarido de pena. No es un villano pintoresco con frases graciosas, sino un demonio a evitar. La motivación del personaje es tan simple como el blanco y el negro: el caos. Pero no el caos de una ciudad o de una fuerza de policía, sino el caos de la mente humana. Joker nos hace preguntarnos ¿Hasta dónde estás dispuesto a caer sin darte cuenta? Y, lo más importante, ¿Cuánto tiempo estás dispuesto a quedarte en el piso, sólo por diversión o falta de opciones? En medio de todo esto, el director (Nolan) nos presenta a un Jim Gordon como la solidez de las instituciones humanas y propias que nos creamos en el proceso de idealizar nuestros sueños y nuestros fines, mientras que Harvey Dent aparece como esta delicada línea entre cruzar la obsesión con la peligrosa debilidad del miedo al fracaso. Y, casi sin darnos cuenta, entreteje una simple y sencilla historia que parte de la premisa más elemental de estas historias: hay un villano que amenaza el status en el que nos desenvolvemos como individuos y como sociedad. Joker no es un criminal cualquiera como con los que Batman está acostumbrado a lidiar día con día -o, más bien, noche tras noche-, porque su impredictibilidad juega con el más esencial temor de los hombres: el primitivismo de la incertidumbre ■ ae

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