En fin, he querido medioresumir lo que cuenta Flaubert por la asomborsa semejanza que tiene con tu vida, y porque das la impresión de no haber tenido nunca el coraje de asumir día a día la realidad y has preferido refugiarte –a través de tu universo de mentiras- en tus sueños. Pudiste ser un alma grande: estabas lleno de ilusiones y esperanzas, pero no quisiste nunca aceptar que la esperanza se construye con el trabajo diario, con la pequeña lucha de cada hora, y se te fue progresivamente convirtiendo ésa esperanza en ilusión, la ilusión en sueños, y el sueño en vagabundeos mentales que te permitían vivir una película de cine que no era tu vida. Mejor que entregarte sincera y limpiamente a los demás, intentaste nadar con la imaginación en tus caprichos. Y así la vida se te ha ido llenando de nostalgias primero, de vacío después, luego de repugnancia hacia cuanto te rodea, al final de rencor contra ti mismo y contra la vida, «que no te daba aquellos sueños que creías merecer». Sin embargo no has logrado burlar a la realidad, que sigue esperándote fuera, al borde mismo de tus sueños y que te dice –te grita- que empiezas a quedarte solo, que estás solo. Tú –te lo he oído gritar muchas veces- echas la culpa de tus fracasos a los lugares en los que has vivido, a tu «mala suerte» a la hora de elegir con quien salir. Incluso culpas a Dios y tienes el descaro de gritárselo, aunque después le consagres casa y le pongas a cada habitación un nombre religioso y promuevas el Jardin de María. Este es uno de ésos muchos sinsentidos tan tuyos que nunca logré comprender, y es que, seamos francos, no te has atrevido a reconocer que la verdadera culpa es tuya por haber olvidado que la felicidad tiene que construírsela cada uno entregándose al amor, un amor que es generosidad, paciencia, respeto a los demás, olvido de sí mismo. Has jugado durante años y años con varias personas a la vez, y ya la vida empieza a pasarte factura, pues los años han seguido su curso y tú no logras volverte atractivo humana ni espiritualmente, para nadie y la prueba –una de tantas- está en tu fracasado proyecto de matrimonio y todo lo que ha venido después. El día que te marchaste gritándome traidor y diciendo que nunca había sido tu amigo, me diste una gran lección, y la aprendí. Comprendí de una vez y para siempre que hay amores –¿amores?- que sorprenden por su absurdo y sin sentido. Hay animales, que al verse privados de la cría que celosamente amaban y daban calor, en poco tiempo, los encuentras dando calor a otra que ha llevado a su guarida y se le entrega con el mismo amor y ternura. Comprendí que los humanos no estamos tan lejos de ellos. El sujeto de su amor para muchos no tiene tanta importancia: a penas hay intercambio. Ni siquiera es necesario: es el puro instinto, ciego e irresistible, incapaz de elegir y de comunicar que se agarra a cualquier persona para satisfacer una necesidad, probablemente anónima. Necesidades difíciles de definir y que esconden una necesidad de querer y de escapar de no se sabe qué...habría que buscar en la infancia. Y tú sabes que ahí –en tu infancia- hay situaciones que no has querido enfrentar ni resolver. Cuando ves una gata amorosamente entregada a un muñeco de trapo, al menos a uno, se le ocurre que es la perfecta imagen de algunos y algunas que sacrifican su vida a una persona con el que no han tenido más intercambios que los que podía haber tenido un animal. Y lo más triste es que los desdichados que son el sujeto anónimo de esa entrega instintiva se creen escogidos, especialmente elegidos y queridos por sí mismos. Y no es así. Aquel día hablabas –son tus palabras, las conservo- de «un dolor frío y hondo que me corta los pulmones y que cargo desde hace muchos días y noches», haciendo referencia a mi traición. ¿Consideras traición el haber enfrentado tu realidad? ¿Traición fue sugerirle a aquella niña que se atreviera a conocer que hay detrás de coches y marcas y restaurantes caros? "Es un cuate que vende muy bien", dijo alguien de ti, ¡y qué razón tiene!. Dolor frio y hondo son más bien el resultado de tus mentiras y de jugar con los sentimientos de las personas, como la noche aquella en que aquella chica fue a cenar a tu casa y nos contó a ti y a mi en la mesa cómo pensaba que era tu novia, incluso contó cómo lloraba por ti cuando veía tu coche en la calle ¿recuerdas?. Dolor frío y hondo, en fin, el resultado de una vida pobre como la tuya. Mucha pantalla, y la pantalla se rompió, y se volvió vieja, hasta el dia de hoy ■ AE
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