Siempre me ha extrañado lo difícil que resulta escribir sobre la plenitud. Será que estamos menos familiarizados con la vida colmada, y escribimos mejor sobre lo que conocemos más. A veces me asomo a los estantes de la biblioteca como un pecador irredento en busca de la salvación. Es una ingenuidad. Lo sé. Pero más de una vez he encontrado descanso, consuelo y horizontes amplios en los libros. De modo que, me reconozco ingenuo, mas no del todo. Es muy probable que se haya escrito ya el libro que estoy deseando leer. Es menos probable que se haya inventado el modo de encontrarlo (subjetivo que es uno...)
En todo caso, me parece curiosa la relación entre escritura y felicidad. No soy yo el primera ni el última que se ha fijado en esta pequeña paradoja. Es muy difícil escribir en la abundancia, encontrar metáforas adecuadas para la alegría. A veces pienso que el arte abstracto es lo que más de puede acercar a una representación de la plenitud. Un lienzo blanco, texturas, juegos de luz. Plenitud de luz diáfana que se extiende por todo el espacio del cuadro sin dejar una sola grieta... No se puede retratar el sol de cerca. ¿Qué diferencia habría entre una estrella y una gran hoguera si no se acierta con la distancia justa que nos permita mirarlas en sus verdadera dimensión? A veces pasa lo mismo con la alegría. No se distinguen sus contornos. Cuando nos envuelve, sin dejar paso ni a la más mínima sombra de tristeza, ¿cómo decir, si decir es delimitar? Cuando llegan las sombras aparece el cuadro. Hay distinción. Nos apoyamos en las sombras para gustar de la vivacidad de la luz, para desearla, para intuir una claridad análoga que llegue a iluminar todos los pliegues del alma. ¿Se escribe porque se es feliz? ¿Se escribe para serlo? ¿Escribir es recordar o proyectar una plenitud ausente? En todo caso, eso, la ausencia de plenitud, el saber que falta mucho o poco para..., la presencia del deseo no cumplido es necesario para volcarse sobre un papel. La creación entonces es ambigua, nos colma saciándonos de ausencias, o nos permite poner en el mundo todo lo que echamos en falta ■ ae
En todo caso, me parece curiosa la relación entre escritura y felicidad. No soy yo el primera ni el última que se ha fijado en esta pequeña paradoja. Es muy difícil escribir en la abundancia, encontrar metáforas adecuadas para la alegría. A veces pienso que el arte abstracto es lo que más de puede acercar a una representación de la plenitud. Un lienzo blanco, texturas, juegos de luz. Plenitud de luz diáfana que se extiende por todo el espacio del cuadro sin dejar una sola grieta... No se puede retratar el sol de cerca. ¿Qué diferencia habría entre una estrella y una gran hoguera si no se acierta con la distancia justa que nos permita mirarlas en sus verdadera dimensión? A veces pasa lo mismo con la alegría. No se distinguen sus contornos. Cuando nos envuelve, sin dejar paso ni a la más mínima sombra de tristeza, ¿cómo decir, si decir es delimitar? Cuando llegan las sombras aparece el cuadro. Hay distinción. Nos apoyamos en las sombras para gustar de la vivacidad de la luz, para desearla, para intuir una claridad análoga que llegue a iluminar todos los pliegues del alma. ¿Se escribe porque se es feliz? ¿Se escribe para serlo? ¿Escribir es recordar o proyectar una plenitud ausente? En todo caso, eso, la ausencia de plenitud, el saber que falta mucho o poco para..., la presencia del deseo no cumplido es necesario para volcarse sobre un papel. La creación entonces es ambigua, nos colma saciándonos de ausencias, o nos permite poner en el mundo todo lo que echamos en falta ■ ae
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