Cuento ésto aquí porque me da la gana contarlo. Conocí hace tiempo a un señor de los que te dejan huella. Tendría unos 75 años, tal vez más. Hablamos paseando por los jardines de cierto hotel y me contó la siguiente historia. Tenía seis hijos. Pero le dolía mucho que varios de ellos vivían en una situación irregular – irregular para los valores que él y su mujer les habían intentado inculcar. Sufrían los padres, y lloraban pensando en qué habrían hecho mal para que tres de sus hijos no se hubiesen casado por la Iglesia, no hubiesen bautizado a sus hijos…Un día fueron a Roma y fueron recibidos por Don Álvaro – para los que no sepan quién es Don Álvaro, digamos que fue un señor muy importante. Le enseñaron la afoto de toda la familia y se echaron a llorar. Le comentaron la situación de los hijos, y la frustración que tenían como padres. Les pidió que les indicaran quiénes eran los hijos en la afoto. “Éste, ésta y éste” , contestaron. Y él les aconsejó: “pues a éste, a ésta y a éste, son a los que más tenéis que querer”. Y así lo hicieron. Se propusieron con firmeza que sus yernos y yernas, sus nietos y sus hijos fuesen queridos y mimados de una manera especial. El hombre, llorando, me decía que hacia pocos días le había dicho el último hijo que le quedaba por casar por la Iglesia. Preguntó que cómo habían tomado esa decisión.
- Pues, papá, te queremos tanto que Isabel un día me dijo que no se perdonaría que murieses y te quedaras sin vernos casados como tú quisieras…que te ve como su padre, vamos. ¡Al final te sales con la tuya!. El hombre me lo contaba con unos lagrimones agradecidos, feliz, emocionado, jipando de la emoción. Y yo, escuchándole, pensaba “¿hace cuánto que no lloras, cabrón, por una cosa así?...¡¡¡qué lejos estoy de esta gente!!!”.
Que tomen nota la panda de cascarrabias , gruñones, avinagrados y pulguillas que en su cerrazón pierden nombres y apellidos por el camino en nombre de no se sabe qué principios ■ ae
- Pues, papá, te queremos tanto que Isabel un día me dijo que no se perdonaría que murieses y te quedaras sin vernos casados como tú quisieras…que te ve como su padre, vamos. ¡Al final te sales con la tuya!. El hombre me lo contaba con unos lagrimones agradecidos, feliz, emocionado, jipando de la emoción. Y yo, escuchándole, pensaba “¿hace cuánto que no lloras, cabrón, por una cosa así?...¡¡¡qué lejos estoy de esta gente!!!”.
Que tomen nota la panda de cascarrabias , gruñones, avinagrados y pulguillas que en su cerrazón pierden nombres y apellidos por el camino en nombre de no se sabe qué principios ■ ae
No comments:
Post a Comment