¡Las pasiones del alma! Asunto que ha preocupado desde el principio de los tiempos a filósofos, poetas, dramaturgos, poetas, psicólogos y novelistas. En general las pasiones nos dilatan, nos hacen abrir los ojos a realidades nuevas, nos hacen grandes. Dios creó el mundo y la pasión nos hace descubrirlo. La Creación es una fiesta, una maravilla que hay que descubrir – a veces, a la edad de uno, con prisa. Con esa prisa del protagonista de Una Historia Verdadera que va a reconciliarse con su hermano montado en una cortacésped y afirma: voy lento porque tengo prisa. Pero hay pasiones que nos angostan, nos estrechan, nos encierran en un mundo que no es de Dios, reduciéndolo a una menudencia, a una miseria, a una atmosfera envenenada. Todo empieza y termina allí. Es el mundo sórdido de los jugadores de cualquier tipo, de los obsesivos políticos que están buscando constantemente los signos de identidad, de los escrupulosos religiosos que en la sordidez de sus conciencias se aferran a Dios, de los adictos al trabajo que como otros lo hacen a unas cartas de póker, a una apuesta por ese caballo, a un tapete de una sala tenebrosa…allí se concentra todo el mundo. Allí dentro transcurre toda la vida, lo que para ellos es vivir: lo demás es nada, ausencia, privación y destierro. En fin, todo: el ancho mundo que se extiende fuera de su conciencia pequeña y obsesiva. Vivir, para este tipo de apasionados angostos, consiste en barajar sus cartas entre las manos con tics mil veces repetidos, en reiterar una y otra vez los mismos rituales pensando que les traen suerte, tensar los músculos del alma según un arte ejercido en miles de ocasiones. Nada más. Estos hombres han conseguido la más radical y patética transformación de la realidad. Han suplantado la infinita riqueza de lo real por esas cuatro ideas entre cuatro paredes de las cuales depende el destino de sus vidas. Como Aladino, están literalmente encerrados en la Lámpara Maravillosa. Pero no, el mundo no se acaba ahí, en sus cuadrículas, en sus pensamientos reflejos y condicionados, en sus compulsiones, en sus miedos. Queda algo más que esos hombres han olvidado…¡queda todo! Un día, quizá, lo descubrirán y como el famoso verso de Dante “e quindi uscimmo a riveder le estelle”: de allí salimos a ver las estrellas ■ ae
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