En los niños, lo natural es la alegría. La necesitan como la respiración. No pueden vivir sin ella. Por eso inquieta tanto ver a un niño triste. Y si esa tristeza dura demasiado, sabemos que es preciso hacer algo, lo que sea, para eliminarla. Robar la alegría a un niño es un crimen como matar el canto de un ruiseñor. En los viejos, lo natural es la tristeza, el gesto huraño o la melancolía. La sonrisa de los viejos siempre es prestada, alguien se la ha puesto en los labios: a veces un niño o el recuerdo de su propia infancia. O el Espíritu Santo. La alegría de los viejos no es fácil. Si es auténtica, sólo tiene una explicación: se llama bondad ■
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