Al final, la gran aventura es recibir, la actividad decisiva es la contemplación, la transformación mayor es ensanchar los cauces de la percepción, que se convierten en cauces de adoración. Adoración, y no gratitud, que también; la gratitud viene después y es una respuesta cabal. La adoración, sin embargo, es previa, y se confunde –en el tiempo– con la experiencia. Pedimos que se despierte nuestra capacidad de adoración, y manifestamos quererla. El hombre de acción, el verdadero hombre de acción (no el activista, el ansioso prueba-todo), ha comprendido que necesita una forma más vigorosa, más elástica de adoración. Un movimiento contemplativo. Su actividad es una plegaria, nerviosa y dispersa quizá, pero sincera ■ ae
October 15, 2008
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