November 01, 2008

Apuntes sobre la amistad (I)

Hoy más que nunca es el momento de pensar que entre amigos es mejor no buscar la utilidad, sino que a ella—a la amistad—se ha de ir más para dar que para recibir, pues nada perfecciona tanto a un ser como dar a otro lo mejor de sí mismo. Una verdadera amistad es sólo la que enriquece a los dos amigos, aquella en la que uno y el otro dan lo que tienen, lo que hacen y, sobre todo, lo que son. Ser un buen amigo o encontrar un buen amigo sean las dos cosas más difíciles del mundo: porque suponen la renuncia a dos egoísmos y la suma de dos generosidades. Suponen, además y sobre todo, un doble respeto a la libertad del otro, esto sí que es un simple milagro. La verdadera amistad—la idea es de Laín Entralgo—consiste en dejar que el amigo sea lo que él es y quiere ser, ayudándole delicadamente a que sea lo que debe ser. ¡Y qué difícil esta frontera que limita al Norte con el respeto y al Sur con el estímulo y ¡qué enriquecedora esa amistad que maduran los años y en la que nos sentimos libres y sostenidos, aceptados tal y como somos! A lo largo de la historia la amistad se ha definido de muchísimas maneras. Para Horacio un amigo era la mitad del alma. Agustín de Hipona no vacilaba en afirmar que lo único que nos puede consolar en esta sociedad humana tan llena de trabajos y errores es la fe no fingida y el amor que se profesan unos a otros los verdaderos amigos. Ortega y Gasset escribía que una amistad delicadamente cincelada, cuidada como se cuida una obra de arte, es la cima del universo y Kant la llamaba el viejo cisne negro, pues cada día es más difícil entrar amigos que valen la pena. Aunque quizás la más acertada de todas las definiciones es la de Faguet: la amistad es una confianza en el corazón que conduce a buscar la compañía del otro –hombre o mujer- elegido por nosotros entre los restantes y a no tener miedo de él, a esperar de él apoyo, a desearle el bien, a buscar ocasiones de hacérselo y a convivir con él lo más posible

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