February 04, 2008

vestido amarillo

Me refugié bajo un portal. De la casa de enfrente llegaban las notas de un vals. Cesó la lluvia y en el balcón de aquella casa apareció una muchacha morena vestida de amarillo. No la veía bien allá arriba. No hubiese podido decir "su nariz sonrosada", pero me enamoré. Quizá fue por el olor de la tierra mojada. Quizá el brillo de las goteras bajo el sol que asomaba otra vez -nos sigue de puntillas alguien que mueve las nubes, suscita clamores en los caminos sólo para que nos empujen donde a él le conviene, pero de modo que se acuse a las nubes y a los clamores-. A la muchacha se le cayó desde el balcón un pañuelo; corrí a recogerlo y entré en el portal escaleras arriba. En los últimos peldaños me esperaba la muchacha.
–Gracias– me dijo
–¿Cómo te llamas? –le pregunté, jadeante.
–Ana– me respondió. Y desapareció.
Le escribí una carta como nunca más he vuelto a escribir en la vida. Al cabo de un año era mi mujer. Somos felices. A menudo viene a vernos Maria, la hermana de Ana; se quieren y se parecen mucho. Un día se habló de aquella tarde de verano, de cómo nos habíamos conocido Ana y yo.
–Estaba en el balcón –contó María– y de repente se me cayó el pañuelo. Ana estaba tocando el piano. Le dije: “Se me ha caído el pañuelo. Alguien viene a traérmelo”. Ella, menos tímida que yo, fue a tu encuentro y os conocisteis. Lo recuerdo como si fuera ayer. Las dos llevábamos un vestido amarillo ■ ae
Ilustración: Ender Cepeda, Mujer con Vestido Amarillo (2003), Acrílico sobre lienzo, 30 x 23 cm.

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