La realidad no es el sueño de la conciencia, el amor entre los hombres, el orden fácil y cómodo de las cosas; no es la armonía, ni la justicia, ni la moral que exigimos al prójimo, ni la concordia, ni siquiera el placer. Nuestro mundo está construido sobre la escasez todavía, y la competencia por los bienes, incluso los del espíritu, engendra tensiones, promesas incumplidas, frustraciones, odio. La ley de la selva se amplía en nuestro mundo a todos los ámbitos, más allá de la mera supervivencia. El ansia de ser, de ser más o tener más, propia del hombre, le hace competir en todos los terrenos con sus semejantes. Hasta que no llegue la era de la abundancia, material y espiritual, el hombre seguirá empeñado en la lucha por la vida, por la vida humana. La riqueza de uno se construye sobre el fracaso de otro, y hasta el amor y la inteligencia son robadas entre los hombres. Todo intento de establecer una ética se convierte en trampa para los ingenuos y ventaja para los astutos, y hasta los que intentan ser sinceros consigo mismos se engañan al interpretar los principios éticos de manera que les favorecen. Sería un ejercicio de honestidad social el admitir la realidad, e incluso convertirla en ética, airear las intenciones de los hombres y acabar con su clandestinidad. Admitir que el hombre lucha contra el hombre por ley natural todavía, y seguirá haciéndolo hasta que llegue el tiempo esperado de la abundancia en que pueda cumplirse en verdad la ley del hombre; la ley basada en la cooperación, el amor y la armonía de intereses ■ ae
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