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Hay amores - ¿amores?- que sorprenden por su absurdo y sin sentido. Hay animales que al verse privados de la cría que celosamente amaban y daban calor, en poco tiempo, los encuentras dando calor a otra que ha llevado a su guarida y se le entrega con el mismo amor y ternura. Los humanos no estamos tan lejos de ellos. El sujeto de su amor para muchos no tiene tanta importancia: a penas hay intercambio. Ni siquiera es necesario: es el puro instinto, ciego e irresistible, incapaz de elegir y de comunicar que se agarra a cualquier persona para satisfacer una necesidad, probablemente anónima. Necesidades difíciles de definir y que esconden una necesidad de querer y de escapar de no se sabe qué...habría que buscar en la infancia. Cuando uno ve una gata amorosamente entregada a un muñeco de trapo, se le ocurre que es la perfecta imagen de algunos y algunas que sacrifican su vida a una persona con el que no han tenido más intercambios que los que podía haber tenido un animal. Y lo más triste es que los desdichados que son el sujeto anónimo de esa entrega instintiva se creen escogidos, especialmente elegidos y queridos por sí mismos. Y le llaman amor. Y no es así. Bien saben que no es así ■ ae
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